Un hombre, norteamericano, que no era científico. Alto, de ojos azules soñolientos y una voz sonora. Un gran autodidacta que fue dejando atrás sus prejuicios para escalar las más altas barreras morales y terminar su vida demostrando a la sociedad el significado de humanidad. Pero sobre todo un amigo de los indios americanos, de los orígenes de su tierra. Esta última frase con la que hoy día todos simpatizaríamos -tristemente más de cara a la galería- a principios del pasado siglo XX no era tomada igual: el indio era un bárbaro, un ser de supercherías y ridículos comportamientos (ni siquiera se dignaban a llamarlos ritos).
Edward S. Curtis fotografío durante años personajes de todo tipo y un buen día delante de su objetivo tuvo a un indio norteamericano, un personaje anónimo que sin saberlo cambió la vida de Curtis para siempre. Posteriores expediciones le llevaron a ser contratado para diversas investigaciones científicas con carácter antropológico, poco a poco fue tomando más contacto con los indios y descubría que esos rostros de otros tiempos llenaban más el objetivo que las fotografías de magnates de origen europeo, a pesar de toda su buena cantidad de dólares.
Todas estas fotografías de indios son recogidas en "El indio norteamericano". Curtis que demostraría su torpeza e incomprensión al principio hacia los indios -provocando algún incidente famoso dónde los indios sacaban su malestar a relucir: rifles que se disparan a sus espaldas, tierra sobre su cámara, etc..- acabó dejando una vida de comodidad para sumergirse de lleno en los rituales sagrados. El célebre Manitu o "Gran Misterio" indio pudo ser revelado por los chamanes a Curtis, quizás el único "piel blanca" que lo conoció. Era capaz de estar casi 20 días sin ingerir alimento, danzar al son de los tambores y morder una venenosa serpiente cascabel; en definitiva durante años fue un indio más, disfrutando de toda su sabiduría.
Sobre su obra fotográfica se ha publicado mucho, la persona, ese ser espiritual en que se convirtió, se puede resumir en algunas de sus palabras. Llamado por los indios Hopis "el hombre que duerme sobre su respiración", después de ver cómo hinchaba su colchón neumático, nos dejó las siguientes impresiones:
"Los profanos hemos de tener cuidado en no enjuiciar a los indios según nuestras propias normas, en lugar de aceptar sus usos y costumbres. También ellos consideran algunas de nuestras costumbres extrañas e inmorales". Antropología en estado puro en esta máxima.
“La muerte de cada hombre o mujer significa el fin
de alguna tradición, de algún conocimiento o rito sagrado, que sólo
ellos poseen. Por lo tanto, la información que pueda ser recopilada
para las futuras generaciones debe recogerse ahora o la oportunidad se
perderá para siempre”. Estas palabras traducen el respeto y la pasión por la cultura india.
Vivir entre los indios, bailar la danza del sol ó amar a esta raza que vivía su ocaso en reservas y no parecía interesar a nadie, cambió su forma de ver la vida y ello lo plasmó con su cámara fotográfica. Una vida romántica que merece se recordada con nuestras reflexiones sobre el indio norteamericano.
Me encantaría vivir un día o unas horas con los indios, experiencia casi imposible; no conocía a este hombre, que envidia la aventura que tuvo que vivir con estas gentes!!
ResponderEliminarMuy bueno pero breve.
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