Una de piratas, pero esta no incluirá los tópicos de sangre y destrucción sino las rarezas de justicia y equilibrio social. Ser revolucionario hoy día no es comparable, en actos y consecuencias, a serlo en los años marcados por la espada absolutista de los monarcas, la vanidad de los nobles y el oscurantismo espiritual. Pensad en ello y mientras lo hacéis remontémonos al Norte de Alemania , finales del siglo XIV.
Los mercaderes de la época se organizaban en gremios (Hansa en alemán de la época) y mediante ellos solicitaban aumento de sus derechos a los monarcas. Estamos asistiendo a las primeras reivindicaciones de la Burguesía para alcanzar más privilegios. Las ciudades, regidas por una nobleza nada proclive al trabajo, dejaban en las manos de estos mercaderes los acuerdos comerciales entre comunidades vecinas para así beneficiarse del aumento de beneficios. Bajo estas premisas surge la Liga Hanseática o Hansa, buscando mayor seguridad y prosperidad entre los comerciantes y así enriquecer aún más las herencias de los nobles. Desde el principio del siglo XIII esta Liga buscará pactos y uniones con ciudades alemanas, suecas, danesas, etc...y acabarán imponiendo el dominio mercantil no sólo sobre el Atlántico Norte sino también sobre el Báltico y el Mar del Norte. Una de sus premisas era evitar la piratería que injustamente atacaba y robaba sus embarcaciones cargadas de víveres y materias primas. Poco a poco, como el monstruo actual del capitalismo, se convirtieron en un poder insaciable que reclamaban para su Liga beneficios desmesurados, provocando grandes desigualdades sociales así como un alto índice de pobreza.
El caldo de cultivo estaba servido, la rebelión hacia la Hansa no era más que cuestión de momentos. Impuestos inalcanzables, manipulación de los precios en contra de los artesanos y agricultores y el castigo de la horca para la desobediencia eran inaceptables socialmente. Pero el miedo era mas fuerte que la injusticia y la revuelta esperada no llegaba.
Hasta que, como siempre ha ocurrido en la historia de la humanidad, aparece en escena alguien escaso de moralidad pero con un alto sentido del honor que le permite luchar durante años, legando su ejemplo para la posteridad. Klaus Störtebecker es nuestro héroe. Lo tenía todo para ser pirata: alto, considerado un gigante en la época, de rostro fiero y barba roja. Y sin embargo sus atributos fueron puestos en nombre de la justicia social.
Junto a un grupo de fieles, Störtebecker roba un navío e inmediatamente en el pabellón hace ondear la bandera pirata. Comenzaba la lucha contra la Liga Hanseática en la cual asaltaron infinidad de navíos para obtener botín y confesiones de los marinos y capitanes de las naves atacadas. Muchos oficiales de las naves fueron castigados por su arrogancia pero también por desigualdad social, ya que maltrataban a sus propios marineros, a los cuales se les daba buen trato por parte de los piratas. El botín obtenido era repartido entre la cofradía de los Hermanos Vitales (Die Vitalienbrüder), creada por los propios piratas para su organización, y las poblaciones más azotadas injustamente por la Hansa. En el Elba o en las costas del Báltico ver la bandera de Störtebecker y los Vitalienbrüder era la mayor de las alegrías para miles de corazones afligidos. Su aparición significaba algo más que justicia o moralidad, era un rayo de esperanza porque les regalaba vida en medio de una hambruna generalizada.
Como todas las historias de piratas existe un fin para nuestro barba roja particular. No será en medio de una cruenta batalla ni debido a la ferocidad sangrienta de Störtebecker, ya dijimos que hablabamos de un pirata peculiar. La Liga Hanseática pone un precio altísimo a su cabeza y cientos de capitanes de las poblaciones bálticas se lanzan en su busca y captura. No será hasta el 1.400, después de algunos años de correrías, cuando sea apresado.
Una típica mañana primaveral, Hamburgo fué testigo de la muerte del pirata más sensacional que haya navegado bajo el sol así como del surgimiento de su leyenda, que nadie se pierda el final de esta historia pues lo truculento se fusiona con lo asombroso. Simon Von Utrech, burgomaestre de la ciudad de Hamburgo y sobre el que recae el honor de la captura del pirata, leerá la sentencia ante un público apagado y gris: decapitación no sin antes ver la muerte de todos sus hombres como sumo castigo. Störtebecker, hombre de estrechos lazos y gran compañerismo, decide retar al burgomaestre: pide ser el primero en ser decapitado, que ello se haga de pie y por cada paso que dé posteriormente a la decapitación sea salvado uno de sus hombres. Simon Von Utrecht acepta el trato creyendo ver fanfarronería en las palabras del pirata.
Störtebecker lanza una última mirada a sus hombres, un escalofrío recorre el cuerpo de los presentes. Su cabeza es seccionada de su cuerpo y caerá al suelo rodando como una sandía. Ante el asombro de todos, el cuerpo decapitado es capaz de dar doce pasos antes de caer rendido al suelo. Su última gesta acababa de despejar todas las dudas sobre el pirata de barba roja, su leyenda no pararía de crecer ya jamás. El burgomaestre, confundido por el odio hacia la figura del pirata, no respeta el pacto por el cual se deberían haber salvado doce hombres de Störtebecker. Ya daba igual pues sus hombres querían morir a su lado y navegar eternamente bajo la bandera pirata...o quizás la bandera de la libertad. Todos son decapitados y exonerados de este mundo injusto que no había comprendido su hazaña.
En 1392, ocho años antes de morir, en la isla de Gotland, los piratas dictaron los principios y bases de los Hermanos Vitales a un sacerdote que tradujo al latín las diferentes lenguas del Norte de Europa, habladas por ellos. Estos hombres, capitaneados por Klaus Störtebecker, todo un "Robin Hood" de los mares que es el paradigma de como la realidad supera a la ficción, nos legaron el sentido del honor en su mas estricto concepto, un alto sentimiento de responsabilidad social, la gracia de la libertad como principio universal y un lema que habla por sí solo:
"Los hombres son escogidos por Dios para practicar la felicidad ya que sólo la felicidad otorga la necesaria vitalidad para soportar cualquier penuria".
Quizás todos deberíamos conocer estas historias y transmitirlas a nuestros hijos, quizás el sol debería sonreír más a menudo y la luna no llorar tanto, pero lo único seguro es que sin felicidad no somos nadie. En Hamburgo, una y otra vez, grupos de jóvenes buscan cambiar el nombre de la calle Simon de Utrecht poniendo carteles sobre la placa oficial con el nombre de STRASSE KLAUS STÖRTEBECKER. A lo mejor un día lo consiguen, mientras el pirata sigue sonriendo. Ya avisé que esta historia no era la típica de piratas y sin embargo huele a mar, con intenso oleaje avivado por los sueños y una firme mirada hacia el horizonte vital.
Los mercaderes de la época se organizaban en gremios (Hansa en alemán de la época) y mediante ellos solicitaban aumento de sus derechos a los monarcas. Estamos asistiendo a las primeras reivindicaciones de la Burguesía para alcanzar más privilegios. Las ciudades, regidas por una nobleza nada proclive al trabajo, dejaban en las manos de estos mercaderes los acuerdos comerciales entre comunidades vecinas para así beneficiarse del aumento de beneficios. Bajo estas premisas surge la Liga Hanseática o Hansa, buscando mayor seguridad y prosperidad entre los comerciantes y así enriquecer aún más las herencias de los nobles. Desde el principio del siglo XIII esta Liga buscará pactos y uniones con ciudades alemanas, suecas, danesas, etc...y acabarán imponiendo el dominio mercantil no sólo sobre el Atlántico Norte sino también sobre el Báltico y el Mar del Norte. Una de sus premisas era evitar la piratería que injustamente atacaba y robaba sus embarcaciones cargadas de víveres y materias primas. Poco a poco, como el monstruo actual del capitalismo, se convirtieron en un poder insaciable que reclamaban para su Liga beneficios desmesurados, provocando grandes desigualdades sociales así como un alto índice de pobreza.
El caldo de cultivo estaba servido, la rebelión hacia la Hansa no era más que cuestión de momentos. Impuestos inalcanzables, manipulación de los precios en contra de los artesanos y agricultores y el castigo de la horca para la desobediencia eran inaceptables socialmente. Pero el miedo era mas fuerte que la injusticia y la revuelta esperada no llegaba.
Hasta que, como siempre ha ocurrido en la historia de la humanidad, aparece en escena alguien escaso de moralidad pero con un alto sentido del honor que le permite luchar durante años, legando su ejemplo para la posteridad. Klaus Störtebecker es nuestro héroe. Lo tenía todo para ser pirata: alto, considerado un gigante en la época, de rostro fiero y barba roja. Y sin embargo sus atributos fueron puestos en nombre de la justicia social.
Junto a un grupo de fieles, Störtebecker roba un navío e inmediatamente en el pabellón hace ondear la bandera pirata. Comenzaba la lucha contra la Liga Hanseática en la cual asaltaron infinidad de navíos para obtener botín y confesiones de los marinos y capitanes de las naves atacadas. Muchos oficiales de las naves fueron castigados por su arrogancia pero también por desigualdad social, ya que maltrataban a sus propios marineros, a los cuales se les daba buen trato por parte de los piratas. El botín obtenido era repartido entre la cofradía de los Hermanos Vitales (Die Vitalienbrüder), creada por los propios piratas para su organización, y las poblaciones más azotadas injustamente por la Hansa. En el Elba o en las costas del Báltico ver la bandera de Störtebecker y los Vitalienbrüder era la mayor de las alegrías para miles de corazones afligidos. Su aparición significaba algo más que justicia o moralidad, era un rayo de esperanza porque les regalaba vida en medio de una hambruna generalizada.
Como todas las historias de piratas existe un fin para nuestro barba roja particular. No será en medio de una cruenta batalla ni debido a la ferocidad sangrienta de Störtebecker, ya dijimos que hablabamos de un pirata peculiar. La Liga Hanseática pone un precio altísimo a su cabeza y cientos de capitanes de las poblaciones bálticas se lanzan en su busca y captura. No será hasta el 1.400, después de algunos años de correrías, cuando sea apresado.
Una típica mañana primaveral, Hamburgo fué testigo de la muerte del pirata más sensacional que haya navegado bajo el sol así como del surgimiento de su leyenda, que nadie se pierda el final de esta historia pues lo truculento se fusiona con lo asombroso. Simon Von Utrech, burgomaestre de la ciudad de Hamburgo y sobre el que recae el honor de la captura del pirata, leerá la sentencia ante un público apagado y gris: decapitación no sin antes ver la muerte de todos sus hombres como sumo castigo. Störtebecker, hombre de estrechos lazos y gran compañerismo, decide retar al burgomaestre: pide ser el primero en ser decapitado, que ello se haga de pie y por cada paso que dé posteriormente a la decapitación sea salvado uno de sus hombres. Simon Von Utrecht acepta el trato creyendo ver fanfarronería en las palabras del pirata.
Störtebecker lanza una última mirada a sus hombres, un escalofrío recorre el cuerpo de los presentes. Su cabeza es seccionada de su cuerpo y caerá al suelo rodando como una sandía. Ante el asombro de todos, el cuerpo decapitado es capaz de dar doce pasos antes de caer rendido al suelo. Su última gesta acababa de despejar todas las dudas sobre el pirata de barba roja, su leyenda no pararía de crecer ya jamás. El burgomaestre, confundido por el odio hacia la figura del pirata, no respeta el pacto por el cual se deberían haber salvado doce hombres de Störtebecker. Ya daba igual pues sus hombres querían morir a su lado y navegar eternamente bajo la bandera pirata...o quizás la bandera de la libertad. Todos son decapitados y exonerados de este mundo injusto que no había comprendido su hazaña.
En 1392, ocho años antes de morir, en la isla de Gotland, los piratas dictaron los principios y bases de los Hermanos Vitales a un sacerdote que tradujo al latín las diferentes lenguas del Norte de Europa, habladas por ellos. Estos hombres, capitaneados por Klaus Störtebecker, todo un "Robin Hood" de los mares que es el paradigma de como la realidad supera a la ficción, nos legaron el sentido del honor en su mas estricto concepto, un alto sentimiento de responsabilidad social, la gracia de la libertad como principio universal y un lema que habla por sí solo:
"Los hombres son escogidos por Dios para practicar la felicidad ya que sólo la felicidad otorga la necesaria vitalidad para soportar cualquier penuria".
Quizás todos deberíamos conocer estas historias y transmitirlas a nuestros hijos, quizás el sol debería sonreír más a menudo y la luna no llorar tanto, pero lo único seguro es que sin felicidad no somos nadie. En Hamburgo, una y otra vez, grupos de jóvenes buscan cambiar el nombre de la calle Simon de Utrecht poniendo carteles sobre la placa oficial con el nombre de STRASSE KLAUS STÖRTEBECKER. A lo mejor un día lo consiguen, mientras el pirata sigue sonriendo. Ya avisé que esta historia no era la típica de piratas y sin embargo huele a mar, con intenso oleaje avivado por los sueños y una firme mirada hacia el horizonte vital.
Dicen que la vida es una rueda, que gira y gira, y tiene hechos que se repiten, espero que no tarde mucho en llegar un "Klaus Störtebecker" a la sociedad actual, tendría mucho trabajo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho esta historia, un pirata digno de admirar. Muy buena.
La entrada más "GRANDE" en todos los aspectos que has escrito hasta ahora. Nobleza, compañerismos, honor, romanticismo, solidaridad...realmente, otra vez lo has hecho: nuevamente me has sorprendido. Pero, ¿de dónde consigues estas historias?. No, no me lo digas, prefiero seguir leyéndote y así alucinar un poco cada vez. Espero con ansia los nuevos temas. Un abrazo muy fuerte amigo.
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