Museo del Prado, Madrid, Abril 2011.
¿Quién fue el Bosco? un pintor de finales del siglo XV que firmó algunas de sus obras como Hyeronimus Bosch (de ahí el apodo que se le dio en Castilla: El Bosco). Y poco más se sabe, ya que no se puede fijar con precisión su nacimiento o defunción, ni siquiera anclar su obra en un estilo concreto. Pero, sin duda, lo más inquietante son sus representaciones oníricas impregnadas de las visiones que producen la peor de nuestras pesadillas. Hoy, al visitar la sala del Museo del Prado dónde están expuestas algunas de sus obras, he decidido pararme en El Jardín de las Delicias. Tiempo habrá de dedicarse a otras composiciones.
Al llegar he podido observar el tríptico abierto y comprobar como no es muy difícil abstraerse ante esta obra sublime de la mente humana. Si cerráramos el tríptico nos encontramos con dos puertas que representan la creación del mundo, un territorio virgen de formas minerales y vegetales que en su origen no es más que algo simple e incluso gris, sin el colorido que genera la especie humana. Al abrir estas puertas, con la llegada del hombre, se representan tres escenarios distintos que transmiten la angustia del pintor sobre nuestra evolución como especie.
A la izquierda del tríptico se detalla la armonía de lo mineral, vegetal y animal. Esta última ha aparecido al fin sobre la tierra y no deja de ser un elemento más de la belleza del Paraíso. Si el Paraíso bíblico existió alguna vez, esta representación, por lo armoniosa y colmada de bienes, debe ser una de las más exactas. Jesús, en persona, da vida a Eva y de paso la presenta a Adán desmontando de un plumazo la teoría de la costilla. Este es el primer detalle apócrifo de la obra, pero hay más. En el centro se representa la fuente de la vida, una alegoría de las tesis alquímicas que manejaba El Bosco.
En la tabla central del tríptico se desarrolla nuestra humanidad. Ahora de la fuente no mana conocimiento, como en el paraíso, sino pecados y más pecados que se extienden por doquier. Así no hay más que fijarse en los miles de detalles pecaminosos que el autor nos transmite para darse cuenta del mensaje: el hombre ha corrompido el paraíso terrenal con sus actos. Estos que, a simple vista parecen de connotación sexual, encierran un significado más profundo encubierto por el velo del conocimiento secreto. La Iglesia católica, perseguidora de cualquier herejía o disensión con lo ortodoxo, admite la obra ya que el pecado carnal parece ser el causante de todos los males y, sin embargo, Hyeronimus Bosch ha encubierto la vanidad, el egoísmo y la crueldad en pequeñas representaciones que componen el todo central. A la manera del "horror bacui" egipcio confunde al que contempla la obra de pasada pero con paciencia se pueden observar pequeños detalles significativos: otras torres parecen emular a la fuente primigenia del conocimiento pero ninguna consigue alcanzar los verdaderos secretos ya que todo está demasiado corrompido. Incluso algunos seres humanos parecen encerrarse en caparazones, mejillones o burbujas buscando, en su egoísmo, aislarse de la maldad sin darse cuenta que con su acto individualista no podrán alejarse. Sin embargo en la esquina inferior derecha está la esperanza y el verdadero conocimiento alquímico, señalado por un iniciado que ha comprendido la verdad se refugia un ser que mira aburrido, e incluso hastiado, los pecados de sus semejantes. Parecen estar a la entrada de una cueva simbolizando lo profundo que puede llegar a ser el conocimiento oculto y lo cerca que podemos encontrarlo si, verdaderamente, quisiéramos.
A la derecha del tríptico, cerrando la composición, se encuentra el infierno como última evolución del hombre. Ya no hay posibilidad de vuelta atrás para todo el que llega aquí. Y por ello se les castigará acorde a sus pecados: una joven pecadora de soberbia y vanidad estará condenada a verse eternamente en un espejo maldito apuntando hacia su pecho dónde hay un sapo. Es uno de los cientos de ejemplos que componen esta locura. Lo mineral, vegetal y animal se funden en una oscuridad caótica hacia la que la humanidad ha querido llegar con sus acciones injustas y desmesuradas. La fuente de la vida ya ni siquiera es un recuerdo y un extraño hombre árbol nos transmite el dolor en clave alquímica.
¿Estaremos aún a tiempo de parar esta locura a la que parecemos dirigirnos sin remisión?
Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, Septiembre de 1598 (Extracto del diario de un cortesano perteneciente a la nobleza española)
Después de 53 días de agonía ha muerto el monarca mas poderoso de toda la cristiandad. Gota, accesos, artrosis o fiebres han provocado su muerte a los 71 años de edad. Llevaba cinco días sin comulgarse y eso, posiblemente, había multiplicado culpa y dolor. Había conquistado para España medio mundo y ofrecido una curiosa consecuencia: por primera vez en la historia de la humanidad un Imperio no se comunicaba por tierra entre sus diferentes territorios. Ahora había mucha agua de por medio y, sin embargo, trataba de manejar el asunto más alejado de Castilla con la misma mano de hierro que lo hacía en persona. Su intrincada red de espionaje le ayudo a ello, unos agentes que bien pudieron ser el primer gran servicio secreto profesionalizado. Felipe II era la referencia mundial del momento, la cabeza visible a la que se amaba u odiaba. Las guerras de religión que llevó a cabo en zonas como Flandes confirmaban su fe en la ortodoxia cristiana, nunca permitió el menor desliz y sin embargo una extraña sombra cruza en el umbral de su muerte.
Unas extrañas composiciones pictóricas le tuvieron obsesionado en sus últimos meses de vida. Cuanto más cerca estaba la parca sobre su alma más buscaba refugiarse en las obras del pintor Hyeronimus Bosch. Unas obras de un pintor ya muerto que la Iglesia, a la que nuestro monarca tanto había dado en su defensa, pretendía alejar de la sociedad. Felipe II sólo pedía ver en sus últimas horas las obras de El Bosco en su alcoba. Cuadros que satirizaban el papel evangelizador de monjas, que demonizaban actitudes impropias de sacerdotes y curas y que no tenían reparo en presentar un mundo podrido en gran parte gracias al apetito insaciable de la poderosa Santa Madre Iglesia (Que Dios me perdone). Felipe II no era un monarca inculto, sino todo lo contrario, hablamos de un gobernante con sed de conocimientos propios de un gobernante griego. Y, es quizás, en esta ansía de saber cuándo pudo ir más allá de lo oficial y buscar claves alquímicas que le dieran poder eterno. El monarca desconocía que ese poder eterno no es terrenal y que todo el que intenta acceder a el desde una actitud inadecuada sufre el castigo del infierno. Para cuándo lo supo era demasiado tarde, las pesadillas eran norma en cuanto cerraba los ojos e incluso las visiones, despierto, le atormentaban. Había abierto una puerta sagrada que ya no iba a poder cerrar, el infierno le atormentó en sus últimos días de vida. Por ello en estas últimas horas se obsesionó con ver, constantemente, las representaciones de El Bosco. Entre ellas El Jardín de las Delicias. Trataba de buscar la forma de retroceder hacia el Paraíso, comprendiendo los errores cometidos en vida. Sólo que ya no quedaban horas suficientes para alcanzar la verdad oculta y falleció presa de la locura.
Sólo Dios sabe si su alma pudo, al fin, cruzar el umbral que pretendía. Es posible que el arrepentimiento tan vivo y veraz que sintió en sus últimos días fuera suficiente. Pero cuándo uno es tan grande sus errores no lo son menos.
Hertongenbosch, Junio de 1463 (Entrada del diario de Anthonis Van Aken, padre de El Bosco)
Una catástrofe. Un incendio comenzado en la fecha del 13 de Junio de 1463 ha provocado la quema de 4.000 viviendas y la posterior persecución de unos pobres desdichados a los que se acusó de la tragedia. Estamos todos aterrados en casa. Las matanzas de inocentes han llegado hasta la misma puerta de nuestra vivienda, la tierra ha sido manchada de sangre. En búsqueda de culpables, las autoridades de la ciudad de Hertongenbosch, han declarado culpables del incendio a una secta adamítica, a la cual acusan de odiar este mundo presa del diablo desde los tiempos primigenios. Esta secta, adoradores de Adán y del Paraíso, está muy presente en nuestra ciudad y poblaciones vecinas. Mi hijo mayor, Goosen, pertenece a la misma y por ello estamos presas del pánico, creyendo que en cualquier momento puedan entrar y matarnos a todos. Goosen nos ha explicado las bondades de su fe y, según puedo observar, esta calando fuertemente en Hyeronimus, mi hijo pequeño. El saber oculto y la alquimia es un compendio peligroso en los tiempos que corren pero, sin duda, atractivo a los ojos de un joven despierto. Un buen amigo, noble de la ciudad, nos ha prometido que nuestra pertenencia a la Cofradía de Nuestra Señora nos va a exonerar de todo castigo e incluso sospecha. El culto que profesamos a la Virgen y el respeto a la tradición cristiana ha sido siempre norma de nuestra familia aunque mi hijo Goosen haya iniciado otro camino. Y este camino parece perseguir a Hyeronimus.
Ayer de madrugada sorprendí a Hyeronimus, un joven de apenas 13 años, pintando escenas diabólicas mientras, a la vez, contemplaba escenas sangrientas que estaban teniendo lugar en la calle. Su diván ha sido el mejor observatorio para la contemplación de las persecuciones a los adamitas y su alma curiosa está absorbiendo las imágenes como el mar lo hace con la lluvia.
Quién sabe si algún día mi hijo, Hyeronimus Van Aken, es capaz de plasmar en uno de sus cuadros esta mezcolanza de miserias humanas y conocimientos iniciáticos. Es posible que pasado, presente y futuro se presenten de forma apocalíptica. Hyeronimus es tan sabio siendo apenas adolescente...
Museo del Prado, Madrid, Abril 2011
La voz de la conservadora del museo me sacó de mis pensamientos. Era hora de marcharse, El Jardín de las Delicias me había dejado absorto toda la tarde. Después de reflexionar había encontrado la esperanza en la composición pictórica. Siempre existirá, Hyeronimus Bosch la había ocultado como habían hecho otros sabios para transmitir el saber oculto. No hay más que acercarse al Museo del Prado y contemplar esta obra con una óptica distinta desde la que vemos el mundo.
Después de leer esta entrada, El Bosco (mi pintor preferido) y todo lo que le rodea, me interesa más aún. Mi próxima visita pictórica será a la sala de El Bosco en El Museo del Prado, sin duda.
ResponderEliminarTe imaginas presenciar los últimos días de la vida de Felipe II, o los últimos días de El Bosco? sería interesante, verdad?
Muy buena, buenísima, la entrada.
A la próxima excursión que hagais me apunto!!
ResponderEliminarPues en breve montamos una jornada pictórica!
ResponderEliminarRecomendación literaria muy acorde con esta entrada: "Camposanto" de Iker Jimenez.
ResponderEliminarBuenísimo libro, yo también lo recomiendo
ResponderEliminarHola, Jorge, felicidades por el blog, pongo el link en el mío, un saludo!
ResponderEliminarGracias Jesús, viniendo de una eminencia en la Historia como tú es todo un honor. Un abrazo!
ResponderEliminarA los interesados en la Segunda Guerra Mundial que se pasen por el blog ES LA GUERRA anunciado aquí. Y como recomendación literaria, uno entre muchos de Jesús Hernandez, EL REICH DE LOS MIL AÑOS.